lunes, 10 de marzo de 2014

"La filosofía antes de la filosofía". Reseña de Beaufret y de Cassin

Nota publicada originalmente en la edición del 10 de marzo de Radar Libros, suplemento de Página 12. Click aquí para leer la nota en la web del diario. 

LA FILOSOFÍA ANTES DE LA FILOSOFÍA


Con las figuras tutelares de Lacan y Heidegger, dos libros de reciente aparición retoman el problema de la relación de la filosofía con el lenguaje, y remontan el psicoanálisis a la tradición de los sofistas. Jacques el sofista, de Barbara Cassin, y Diálogo con Heidegger, de Jean Beaufret (de hecho, uno de sus discípulos), entablan un diálogo de voces múltiples. Y, a pesar de todo, le dan la razón a Aristóteles cuando afirmó que el hombre es un animal dotado de palabra.




Por Fernando Bogado


Vamos a los hechos. En 1967, Jacques Derrida realizaba en De la gramatología una lectura arrasadora de las problemáticas filosóficas de la época. ¿Cuál era esa lectura? Que la reciente explosión del estructuralismo en las ciencias humanas, y en la propia filosofía, indicaba que esa determinada época histórico-metafísica catalogaba como “lenguaje” todo el horizonte de sus problemas. Para decirlo en pocas palabras, cada objeto de estudio se había convertido en un asunto de lenguaje. Como consecuencia de esta situación de época, comenzaron a hacerse relecturas de la tradición metafísica, de los avances científicos y de las problemáticas políticas en función de su vínculo con el lenguaje (un problema que, bien dice Derrida, no es precisamente uno entre otros). Dos espacios privilegiados de esta contienda, como lo son la filosofía y el psicoanálisis, son visitados respectivamente por Jean Beaufret en su libro Diálogo con Heidegger y por Barbara Cassin en Jacques el sofista, libros aparecidos a finales del año pasado que invocan a una figura tutelar (Heidegger y Lacan) para abrirse, nuevamente, al viejo e interminable conflicto entre la palabra y las cosas.

Es inevitable que el nombre de Jean Beaufret (1907-1982) sea relacionado con el de Martin Heidegger, no sólo por el hecho de que es uno de los principales exponentes de la escuela heideggeriana francesa, sino también porque uno de los textos centrales del filósofo alemán, la Carta sobre el humanismo (1947), es, precisamente, una misiva enviada a Beaufret en 1946 por parte del “maestro”, quien ya en ese momento era investigado por su vinculación con el nazismo y que dirigía su carta a un entusiasta “alumno” que había participado de la Resistencia francesa durante la Ocupación. Diálogo con Heidegger muestra esta fuerte conexión con las formulaciones del pensador alemán que toda la filosofía de Beaufret ha tenido, transformando los artículos reunidos en un diálogo abierto, una conversación que puede tomar, por momentos, la variante del comentario y, en otros, la de cierta interpelación. ¿Cuál es el gran tema que recorre estas “instancias” del diálogo? El problema central de la filosofía heideggeriana, claro, el de la historia de la metafísica y el de las complicaciones que en esa historia ha tenido el olvido del Ser y de la diferencia ontológica, esto es, esa grave confusión presente en todo el pensamiento occidental en donde lo ente es tomado por el ser, o sea, lo que existe confundido con el fundamento ontológico de esa existencia.

Tal como lo menciona Lucas Soares en el “Estudio preliminar” de este libro, antes que un diálogo, tenemos aquí un doble diálogo, o mejor, una conversación que se monta sobre otra: la de Beaufret con Heidegger, y la de Heidegger con los presocráticos. En ese “paso hacia atrás” que el planteo metafísico de Heidegger busca realizar para salvarse del olvido del Ser, los presocráticos (Tales, Parménides, Heráclito) aparecen con la contundencia de un pensamiento que, en ese momento, todavía mantenía una ligazón con la palabra poética y no formaba parte de la historia de la metafísica propiamente dicha. El vínculo de los presocráticos con los poetas es explicado por Beaufret a partir del término “kosmos”, palabra griega que significa tanto “ordenamiento” como “joya” (de ahí, nuestra actual expresión “cosmético”). El Ser, en tanto “kosmos”, es una minúscula joya que relumbra en la demora y en la suma atención sobre lo ente, en la contemplación extática que la palabra poética pone en juego.

Barbara Cassin abrirá, en Jacques el sofista, otra cuestión que atañe a la otra mitad de la “filosofía antes de la filosofía”: los sofistas. ¿Qué pasa con el uso sofístico del lenguaje, rechazado por el discurso filosófico, organizado y organizador, de Platón y Aristóteles en adelante? ¿Cómo se conecta ese uso sofístico del lenguaje con la práctica “lenguajera” por excelencia, el psicoanálisis? Cassin parte de un complejo diálogo con el pensamiento de Lacan para volver a poner en sintonía el pensamiento sofístico con la actualidad.

Los psicoanalistas son mucho más herederos de Gorgias, el viejo sofista, que de Platón. Y, si Freud ya planteaba un alejamiento del discurso filosófico en sus observaciones, Lacan lo radicaliza, hasta el punto de que lee en uno de los trabajos centrales de Aristóteles, la Metafísica, una obra “tremendamente tonta”. Cassin insiste sobre este alejamiento para ver en el discurso psicoanalítico de Lacan la posibilidad de pensar un problema que la sofística ya veía como central: ¿es el lenguaje el que crea el mundo o es el mundo el que nos hace ver los problemas del lenguaje? En alguna medida, y sin ser extremistas, Cassin ubica a Lacan y a los sofistas dentro del primer grupo, mientras que Aristóteles y sus seguidores (por sólo mencionar un ejemplo: la filosofía analítica anglosajona) ven en el lenguaje una herramienta a perfeccionar para volver a operar sobre el mundo de una manera más efectiva. Lo que para el primer grupo es central, para el segundo es un disparate a eliminar: todo ser con lenguaje, siempre, habla de más. ¿No es aquello que “se dice de más” el espacio central en donde el psicoanálisis opera? ¿No es ese excedente de goce el fundamento central del análisis y el motivo de escándalo para la rigurosidad filosófica?

Muchas voces, entonces, opinando acerca de los mismos temas en el medio de un diálogo alocado, o mejor, liberado: Beaufret con Heidegger (y éste con Heráclito y Parménides); Cassin con Lacan (y éste con Freud y Gorgias), Lacan con Heidegger, todos largando comentarios que pueden muy bien sintetizarse en esa frase “de más” que se le escapó a Aristóteles sobre el final del Libro I de Política, alguien que a esta altura podemos imaginar confesando angustiado en algún diván de la Antigüedad que se arrepentía enormemente de una afirmación que sigue dando que hablar: el hombre es un animal dotado de palabra.

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